¿Qué significa educar? ¿Cuál es la función de los
docentes dentro de la educación? Las respuestas a estas preguntas
podrían en principio parecer obvias aunque si se reflexiona sobre cómo
es el funcionamiento del actual sistema educativo la obviedad no es
tanta.
Si atendemos a las
bases de los modelos educativos de los distintos países, que salvo
excepciones son prácticamente los mismos, vemos que estos están basados
en unas series de premisas. Por ejemplo advertimos que una de ellas es
que la educación debe fundamentarse en la respuesta. Esto quiere decir
que se transmiten una serie de conocimientos que el alumno debe
incorporar. La persona, de este modo, irá adquiriendo una cultura y en
definitiva unos contenidos que le serán supuestamente útiles a lo largo
de la vida. Conocer la tabla periódica de los elementos, el volcán más
alto de Nicaragua o los ríos más importantes de China es algo muy
recomendable y son materias que deben ser enseñadas por los sistemas
educativos. El problema surge cuando el sistema basa por completo la
educación de los ciudadanos en las respuestas y en la absoluta
memorización de contenidos y no en la reflexión.
Tenemos
una educación basada en la respuesta y no en la pregunta, y la
respuesta es, como decimos, el principal pilar o premisa de nuestros
modelos educativos. Se nos enseñan contenidos, los memorizamos para
posteriormente olvidar muchos de ellos y sin embargo no se nos instruye
desde la pregunta. Y es que la pregunta, al contrario de la respuesta,
moviliza al pensamiento y lo expande, no lo constriñe, posibilitando así
que el alumno reflexione y explore posibilidades. Con la respuesta todo
viene dado, en cambio, mediante la pregunta, se activa nuestro pensar:
no el pensar de los demás sino el mío propio. Tenemos ya pistas de por
qué la educación no se basa en el “arte” de la pregunta sino en las
respuestas, pistas que nos conducen a la conclusión de que el sistema no
busca ciudadanos reflexivos con pensamiento autónomo sino todo lo
contrario: busca personas sin capacidad para la crítica ni el
cuestionamiento. Porque pensar es también cuestionar: pensar es no
aceptar intelectualmente cualquier idea por el hecho de formar parte de
la tradición, la cultura, la política o la religión de una zona. Pensar
es reflexionar sobre cualquier cuestión de forma autónoma, es poder
realizar un análisis personal manteniendo la autonomía, y la autonomía y
la libertad es algo que no gusta a los poderes fácticos, tanto es así
que, como decimos, el que debería ser el pilar educativo -la pregunta-
no lo es y en cambio aquello que son aspectos secundarios -como la
memorización- pasan al primer plano.
No
se nos enseña a hacer preguntas, no se nos instruye en el hacernos
preguntas para nosotros mismos porque lo que se busca son justamente
ciudadanos que no piensen, personas que no expandan sus mentes; justo al
revés: se pretende construir seres simples mentalmente y sin capacidad
de crítica. La misión de estos futuros adultos dentro de la sociedad no
será pues el cuestionarse todo: el sistema económico, el tipo de
organización social, la legislación, el reparto de la riqueza...no será
esta nuestra función sino otra distinta, el aceptar todo aquello que se
nos diga ya que los futuros adultos no podrán vislumbrar alternativas a
lo fáctico debido a que no se les ha enseñado ya de jóvenes a
preguntarse y a pensar sino a dejar de hacerlo. De esta forma el sistema
logra “fabricar” una sociedad que no se cuestiona nada, consigue
construir ciudadanos sumisos ya que desde pequeños se nos aparta del
arte de la pregunta y por tanto del pensamiento.
EDUCAR ES ENSEÑAR A PENSAR
Tenemos
pues que desde el sistema no se busca fomentar el pensamiento sino lo
contrario, que se deje de pensar; y partiendo de estas premisas, de las
premisas de una educación no basada en el pensamiento sino en la mera
memorización de contenidos el resultado no puede ser otro que unos
ciudadanos sin capacidad de crítica y análisis, ciudadanos que no
cuestionarán nada sino que sencillamente aceptarán lo que se les diga y
también cualquier sistema social injusto.
Pero
hemos convenido que educar -o mejor dicho la verdadera educación- no es
simplemente el obligar a memorizar, es mucho más: es formar a
individuos, en efecto, con capacidad crítica y reflexiva, personas que
se hagan preguntas, que se cuestionen, ciudadanos creativos que puedan
aportar soluciones y conclusiones propias...seres con autonomía que
puedan realizar un examen de cualquier situación y también un
autoexamen; en definitiva, seres capacitados y libres. Porque pensar,
algo que cada vez es menos frecuente, nos hace libres: libres en cuanto a
poder elaborar un pensamiento crítico y propio y libres en cuanto a
poder desarrollar nuestras capacidades evitando convertirnos así en
puros autómatas.
Será por
tanto la responsabilidad y tarea del docente formar al alumno no en la
memorización -que también será necesario pero nunca el fundamento- sino
en la reflexión y en la creatividad, porque estas nos hacen libres.
Deberá el maestro, sí, ser un amigo que colabore y busque la expansión
de las mentes de sus alumnos y no su constreñimiento, ser un guía que
fomente la creatividad y el cuestionamiento; en pocas palabras: alguien
que enseñe a pensar y por tanto a ser libre.