Bosques
amenazados, animales no respetados, ríos contaminados...el ser humano
va destruyendo el planeta sin que parezca importarle demasiado. En
cambio, lo que sí le parece relevante es que el sistema
productivo-consumista siga yendo bien, aunque esto implique que al
planeta en general le vaya muy mal. Tremenda contradicción parece
encerrarse en el hecho de que al humano le vaya bien (aunque solo a unos
cuantos de ellos, ni mucho menos a todos) y al planeta donde habita en
cambio le pueda ir mal. ¿Dónde radica la enorme confusión? ¿En qué se
basa esta inconsciencia?
El
ser humano es un ser generalmente religioso sea cual sea la religión
que profese. Postula o proyecta un Dios extramundano y trascendente al
que se le debe rendir culto, rezar, alabar e incluso temer. Es un Dios
por y para los humanos (quedando los animales y plantas prácticamente al
margen de su “cobertura”), pero más, en un Dios solo para los que
profesan mi misma religión: mi Dios es el único Dios. Pero además, este
tipo de Dios es un ente separado de cada uno de nosotros y yo, en mi
individualidad, a la vez estoy separado del resto de humanos y más aún
del resto de seres.
Esta
es la religiosidad a la que se “somete” gran parte de la población
mundial, una religiosidad basada en la separación ontológica, como
decimos, primero entre las personas pero más aún entre las personas y el
resto de especies. Y ahí radica justamente el problema: en no concebir
vínculos espirituales entre nosotros y el resto; en definitiva: en
habernos convertido en seres religiosos pero no espirituales. Queremos
saber quiénes somos, anhelamos la verdad, pero en realidad nos apartamos
de ella y condenamos al resto de seres vivos a la miseria cuando no a
su extinción. Y nos seguimos empeñando en postular un Dios extramundano
en lugar de intramundano habitando y estando presente ya aquí, en cada
uno de nosotros y en cada uno de los seres vivos aunque esto, así es,
pueda llevar al planeta a su destrucción.
Pero
no, no estamos separados y en cambio estamos en vínculo con la
totalidad de la Naturaleza. Por tanto, si dañamos el bosque,
contaminamos los ríos o extinguimos a las especies nos estaremos
dañando, contaminando o extinguiendo a nosotros mismos. ¿Y qué clase de
ser se perjudicaría a sí mismo? Solo un necio o un ignorante.
No
se trata pues de crear un vínculo que previamente no existe entre los
seres humanos y la totalidad de la Naturaleza, se trata más bien de
reconocerlo; de reconocer, como por ejemplo así se desprende de las
supuestas palabras que el jefe Seattle le dedicó por carta al presidente
de los Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la pretensión de
este de comprar las tierras donde habitaban los nativos norteamericanos, reconocer que los humanos y los animales somos hermanos y que todo está relacionado entre sí.
No
concibamos pues lo sagrado en otros mundos o dimensiones, concibámoslo
aquí: en cada río, en cada mar, en cada ave, en cada bosque y en cada
ecosistema, porque solo así seremos capaces de salvar al planeta.
vaberenguer@gmail.com
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