El ser humano es un ser social que vive en comunidad. Remotamente
vivíamos, como el resto de las especies, en la naturaleza, en los
bosques, pero poco a poco fuimos diseñando nuestro propio proyecto al
margen de ella. Fuimos construyendo pequeñas aldeas y de ahí a las
poblaciones y a las grandes urbes. Así, llegamos al punto de que gran
parte de la población mundial vive en grandes ciudades habiéndose
perdido el contacto con la que siempre fue nuestra casa: la naturaleza.
En este tránsito del vivir en entornos naturales al vivir en las urbes
el humano fue ganando y perdiendo cosas. Si hablamos de ganancia
podríamos decir, por ejemplo, que fue ganando en comodidad y
materialidad. Sin embargo, entre las numerosas cosas que hemos perdido
en todo este proceso está el contacto con la naturaleza.
Esto, que parece de Perogrullo, no lo es tanto si especificamos de qué
estamos hablando cuando decimos que hemos perdido el contacto, y es que
por “contacto” no nos estamos refiriendo solamente al vivir-con sino
también al hecho de vivir-la. Pero para vivir-la se necesitaría de algo
que también se nos ha atrofiado en toda esta vorágine que supone muchas
veces la vida urbana, y este algo perdido es el estar en el tiempo.
La especie humana, en efecto, perdió también el estar en el tiempo. Hemos incorporado el pasado y el futuro
a nuestra línea psicológica temporal: en el pasado podemos recordar
nuestras vivencias y con el futuro hacemos planes estando orientados en
realidad por él. Hasta aquí todo estaría bien, pero el problema surge
cuando al incorporar el pasado y el futuro arrancamos el presente de
nuestras vidas viviendo así la mayor parte del tiempo en el pasado
(recordando) o en el futuro (proyectando) pero raras veces conectando.
Perdemos el presente al vivir en base exclusivamente de cara al futuro;
perdemos lo que es en favor de lo que aún será y de este modo ni
vivimos lo que es ni podemos vivir lo que será ya que cuando esto sea
estaremos de nuevo proyectados a lo por venir. De este modo nos situamos
continuamente fuera del tiempo y fuera de la realidad ya que la
realidad es únicamente lo que es, lo que está aconteciendo. Es
imprescindible hacer planes en nuestras vidas o más, es absolutamente
recomendable tener un proyecto de vida: reflexionar sobre aquello que
queremos realizar, meditar acerca de las metas que nos queremos proponer
o sencillamente pensar si nos conviene ir a pie a algún sitio o en
bicicleta.
El contar constantemente con el futuro es algo vital en nuestras vidas:
se requiere pensar en él y requerimos estar proyectados en todo momento
hacia él, pero esta proyección o esta herramienta necesaria a menudo se
nos vuelve en contra cuando exclusivamente se vive en lo que aún no es y
nunca en lo que es.
Pero esta pérdida vivencial o este
situarse siempre en el futuro o en lo que aún no es -característica del
ser humano en general y del ser humano-urbano en particular- implica
consecuencias, siendo la principal de ellas, como decimos, la pérdida
del contacto con lo que está sucediendo, la pérdida del contacto con lo
que es, con lo cual sucede que sufrimos una enorme pérdida de intensidad
en nuestras vidas. Será necesario volver a afirmar que el modo de ser
típicamente humano es vivir proyectados hacia el futuro y es necesario
que así sea debido a nuestras características y a nuestro modo de vida,
pero no lo es tanto o incluso es contraproducente el no “regresar” en
ningún momento al presente para percibir-vivir todo lo que en él
acontece. Y esto justamente es el “conectar” y es a lo que nos referimos
cuando decimos que el ser humano-urbano ha perdido la conexión con la
naturaleza pero también con su propio presente.
¿De qué estamos hablando pues cuando decimos que hemos perdido la conexión con la naturaleza?
Hemos apuntado que conectar no es solo vivir-con (ella) sino vivir-la
(a ella). ¿Y qué es vivirla? Vivirla son aquellos momentos en que nos
situamos en el presente sin proyectarnos: es escuchar el lenguaje del
pájaro, prestar atención al rugido de bravo río, atender al mensaje
del viento,
captar el reclamo del grillo nocturno y deleitarnos con el vuelo de la
mariposa. Es, remontándonos muchos de nosotros a nuestra infancia (y de
paso recomendando a los padres que los niños vean la serie), es existir,
adoptando en la medida de lo posible, la filosofía de vida de aquella
muchachita la cual debería ser un modelo para los niños por su ecología, por sus
valores y por su modo de ver la vida: Heidi, una chiquita que amaba a
cada ser vivo, a sus montañas y al conjunto de la naturaleza. Heidi, sí,
vivía conectada a la naturaleza y al presente, y es que tal y como le
decía su abuelo, “hay que escuchar lo que nos susurra el viento, lo que
nos dicen los abetos o el poderoso trueno.”
Pasamos de vivir en aldeas a vivir en urbes con lo cual, volvemos a incidir, hemos perdido el contacto con la naturaleza,
con lo que somos, pero a pesar de que muchos de nosotros no tenemos ya
el privilegio de escuchar lo que expresa el pájaro o el sonido del
viento sobre las copas de los árboles a no ser que nos desplacemos de
vez en cuando fuera de la ciudad (algo muy recomendable), lo que sí
sigue estando en nuestra mano es ir retornando al presente en la medida
en que estar situados en el futuro no
nos sea útil. Hemos convenido en que necesitamos constantemente hacer
planes y proyectarnos pero también comprendemos que vivir siempre fuera
del presente hace que vivamos la vida con menor intensidad y también e
importante, aunque no es materia de la presente reflexión, con menor
intuición.
Usemos pues la herramienta de la proyección futura a
nuestra conveniencia y conectémonos con el aquí y ahora, con el
presente, en los momentos en que podamos hacerlo: percibamos, sin pensar
en el pasado ni el futuro, la presencia del bosque, del árbol o de la
planta; centrémonos exclusivamente en el vuelo del ave o en el brillo de
los rayos del sol sobre las nubes, dirijamos toda nuestra atención al
sonido del viento
o al rugir del trueno, sintamos la lluvia bañar la tierra o simplemente
disfrutemos con la presencia de los seres vivos que nos rodean, en este
preciso momento, y que precisamente en un futuro no estarán como
tampoco nosotros.
Asombrémonos con la belleza de una flor en este preciso instante. Admiremos la belleza que nos rodea en este momento presente.
Vicente Berenguer
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