¿La vida tiene sentido? ¿Cuál es el
sentido de la existencia? Son preguntas que cualquier buscador de la verdad o
persona con inquietudes existenciales tiene muy presente a lo largo de su vida.
¿Quién soy yo?, se sigue preguntando el filósofo que somos todos o mejor dicho,
el filósofo que todos deberíamos ser.
Si hablamos sobre el sentido de la
vida deberemos distinguir dos planos: el primero hace referencia al, podíamos
llamar, sentido objetivo de la vida, es decir, a si la existencia tiene por sí
misma sentido. Este es un debate que nos apasiona y que alimenta nuestro
intelecto, y en él podremos debatir sobre cuestiones como por ejemplo si nos
espera una vida futura o no, si hay algo que me trasciende y del que formo parte
o no, si estoy sola o solo o si por contra estoy conectado con algo más, si hay
un dios, varios dioses y qué tipo de dios o dioses puede haber. Este debate sin
duda nos enriquece y le resultará necesario a todo aquel buscador que “vaya”
detrás de la verdad. Este sería un primer plano que como digo nos resulta
necesario a muchos. Pero junto con esta primera dimensión, en lo que concierne
a la búsqueda del sentido tenemos una segunda vertiente, y esta es qué sentido
le damos cada uno de nosotros a los acontecimientos que nos suceden en la vida
y a la vida misma.
Debemos partir de la base, (y recordando
una vez más que ahora nos encontramos en la segunda vertiente del asunto)
que somos arrojados al mundo: no se nos pregunta si deseamos venir, ni cuándo
deseamos hacerlo...en definitiva “se nos” arroja a la existencia sin contar con
nosotros mismos. Somos arrojados a este mundo sin saber ninguno de nosotros si
hay motivos para venir o no, si es todo azar o no lo es…pero las situaciones
van sucediendo. Los acontecimientos suceden en nuestras vidas, ¿y qué podemos
decir en este segundo aspecto acerca del sentido de la existencia?
Lo primero que debemos decir al
respecto es que aquí no existe un mundo objetivo sino propio o de cada cual. No
nos estamos moviendo pues en el que hemos denominado sentido objetivo sino que
ahora nos referimos a nuestro propio mundo. ¿De qué estamos hablando cuando
decimos que cada uno vive en su mundo? ¿Es que acaso no estamos viviendo todos
en una realidad compartida? Evidentemente que esto es muy cierto y así debe
seguir siendo, pero no es menos cierto que cada uno de nosotros está
permanentemente, como diría Ortega y Gasset, construyendo su mundo o haciendo
Metafísica siendo inevitable el que esto sea así, es decir, siendo inevitable
el que estemos permanentemente construyendo nuestra propia
"realidad". Construimos mundo para posteriormente vivir en él y de
ahí que personas que aparentemente lo poseen “todo” sean infelices y por contra
otros que poseen bien poco sean dichosos. Y más aún, estamos construyendo
constante e inevitablemente mundo, el nuestro, para poder vivir posteriormente
en él, pero ni tan siquiera solemos ser conscientes de que hemos sido nosotros
mismos los constructores de la realidad en que vivimos viviendo de este modo en
la completa inconsciencia.
Es inevitable hacer mundo o diseñar
nuestra propia realidad, hacernos a nosotros mismos cada día, y aquí entra de
manera decisiva la cuestión del sentido. Porque en nuestra permanente formación
de nosotros mismos estamos, lo sepamos o no, realizando lecturas de los
acontecimientos de la vida, interpretaciones de lo que nos va sucediendo
pudiendo variar estas desde las más favorables para nuestro crecimiento y
desarrollo humano hasta las más nefastas para nosotros mismos. Y es aquí donde
entraría en juego el sentido de lo que nos sucede y el sentido de la vida
misma. Y es que lo que nos va sucediendo no tiene por sí mismo sentido.
Recordemos que hemos sido arrojados a este mundo sin darnos ninguna indicación,
ningún mapa, ningún consejo y que aquí nos van sucediendo cosas, pero lo que
nos sucede no trae consigo el sentido. Y he aquí el punto central, porque si es
inevitable el hacer mundo o Metafísica, el realizar lectura o interpretación de
los hechos...deberemos ser cada uno de nosotros los que otorguemos un sentido a
los hechos pero también y sobre todo a la vida misma. Es por tanto nuestra
tarea el dar sentido a lo que nos vaya sucediendo a lo largo de nuestro camino
y dar un sentido favorable para el cuidado de nuestro ser. [1]
Hemos introducido aquí un elemento
básico en toda esta “ecuación” y es la cuestión del ser, elemento que nos
ayudará a la hora de convertirnos en buenos constructores de nosotros mismos. Y
es que si es verdad que hemos sido arrojados a este mundo sin ninguna
indicación, también lo es el que todos tenemos una responsabilidad para con
nosotros mismos, para con nuestro ser, y esta responsabilidad es cuidar de él,
“alimentarlo” de la mejor manera que nos sea posible siendo esta una tarea
espiritual que no religiosa: es nuestra tarea. Y en esta cura sui o cuidado de
sí mismo es absolutamente necesario convertirnos en grandes arquitectos de
nosotros mismos, en grandes cuidadores de nuestro propio ser, y para ello será
determinante el tipo de filosofía de vida de cada uno, es decir, si se están
realizando lecturas positivas de lo que va ocurriendo (si es un buen metafísico
o no) o si mismamente se está otorgando a la vida el sentido que permita
evolucionar, crecer.
Y es en esta tarea de cuidar a
nuestro ser donde se requiere de cierta espiritualidad -que no religiosidad- en
el sentido de conectarse con uno mismo, cuidarse y reconocerse como lo que se
es, alguien que por encima de todo tiene una misión: permitir y fomentar la
felicidad de su ser que a la postre es la suya. Pero para ello, me reitero una
vez más, debemos aprender, una vez tomada consciencia de que cada uno construye
su mundo para vivir en él, aprender a conceder un significado a todo lo que nos
vaya aconteciendo que no dañe nuestro interior; pero sobre todo deberemos ser
capaces de dotar a nuestra existencia misma de sentido, el sentido de que a lo
largo de toda nuestra vida tenemos una gran misión: cuidar de nuestro ser.
En conclusión: diremos de nuevo que
venimos al mundo sin instrucciones pero con una misión que se desvela: cuidar
de nuestro ser. Y en este cuidado de nosotros mismos y en la toma de conciencia
de que es inevitable construir nuestra realidad o construirnos a nosotros
mismos deberemos, ya que esa es nuestra responsabilidad, aprender a realidad
interpretaciones positivas de lo que nos va sucediendo, es decir, situarnos en
ángulos o puntos de vista favorables sobre lo que nos va pasando. Porque los
hechos siempre presentan distintos puntos en los que uno se puede situar, y
deberemos ir siendo capaces de “elegir” los ángulos de visión que nos
beneficien. Pero sobre todo deberemos ser capaces de dotar a nuestra existencia
de sentido, el sentido de proteger, cuidar y alimentar a nuestro ser que vivirá
además en comunión con el ser de los demás, permitiendo así que a “él”, –y
nosotros mismos junto con él– le sea posible alcanzar la felicidad.
Vicente Berenguer
[1]
Sin duda que la inclusión del término “ser” en este artículo dota al mismo de
una dimensión espiritual que bien podría suscitar rechazo en algunos lectores.
Desde mi punto de vista en este caso podría ser suprimido el término no
perdiendo el texto ni un ápice de su, nunca mejor dicho, “sentido”, pero a
pesar de que pueda suscitar un cierto rechazo en según qué lectores, me sigue
pareciendo muy útil el término ya que permite una mirada exterior a nosotros
mismos y sobre nosotros mismos.
Por otra parte y aunque nos encontremos en la
dimensión subjetiva del asunto, es decir, en el sentido que cada uno le da -o
no le da- a la vida, el término "ser" nos abriría la
puerta del primer plano o sentido objetivo, debate en el que abordaríamos por
ejemplo la cuestión de si el ser me trasciende o no o qué es lo que abarca el
ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario